Género: Poesía dramática.

Autor: Francisco Lozano


“En cada ola estás tú” ©

¡Escúchame! Que alguien lo haga,

pues él se llevó a mi Roseta amada,

ya que de sobra sabía,

que con él, no se iría.

 

Y aún sabiendo de mi amarga espera,

lo suficiente no lo movió, 

para que en aquella orilla me la ddevolviera,

mientras tanto, y sin piedad la disolvió,

en su acida saliva y paciente marea.

 

Yo no importaba nada, hermano,

si entre tanto me consumía,

en lo que llamaron vano,

si al menos, me la devolvía.

 

¡Devuelveme a mi amada!, con ira la reclamé,

dentro de sus tambaleantes aguas,

donde mis lagrimas de amargura, saladas,

tantas veces ahogué.

 

Y el mar,… solo se mecía,

de mi hacia atrás y de atrás hacia mi,

mientras que a ella, sin prisa disolvía,

y a mi cuerpo acunaba con su mente en frenesí.

 

¡Miles de veces más! 

entré a pedirle al mar me la entregara,

en todos los tonos y suplicas,

de que era capaz y conocía,

pero con mi dolor jugaba entre sus indolentes olas,

riendo así, de mi infantil espera.

 

¡Bendita entonces mi inocencia!,

que de la ilusión, amarras hice de sus girones,

y al ancla de la esperanza me ate,

aunque mucho más pesaban mis pesares,

y la impotencia mía.

 

¿Sabes? Es tan indolente y apacible, que hasta inspira,

que instantes muchos hubo,

en que su desgarrante ausencia ya no dolía,

de solo ver su indiferencia fiera,

y de que nada lo detuvo,

ni aún sentir a mares, que a mares yo sufría.

 

Sí,… fugases pausas hubo en mi tormento,

cuando el dolor del dolor menguaba,

al disipar mi atención en la nada,

en esa osbcura, envolvente y misteriosa imagen, sin tiempo,

en silencio, en el Todo… de la aparente nada.

 

A Incontables sufrimientos mi carne viva soportó,

de frente al sol y al salado viento,

pero siempre nada,  no me la devolvió,

y conforme al paso de cada día,

mi alma menos sintía,

solo la angustiosa ausencia de la Roseta mía.

 

Y no siendo al destino, todo ello suficiente,

que su dedo de fuego profundo hundiera,

cuando pasmosa visión a mi mente inundara,

e indolente me gritaba:

!Que nunca vencer hubiera, a rival tan imponente,

y que a compasión mover, imposible resultaba!

 

Y aún ardiendo el tizón de dolor en mí pecho,

por tan letal comprensión,… su dedo aun más undió;

¡ho sí, hermano!, le secundó otro cruel pensamiento,

que calcinando terminara, con los restos de mi ilusión,

pues, que si nunca me la regresaba,

entonces, ¿qué  caso tendría que en mi pecho,

cesara tanto tormento?

 

Vagué entonces por mis adentros, sin imporme si vivía,

lamentando ahora la muerte de mi negación,

y con tal tormento fue, que el llanto no cedía,

pues al no poder atarme ya a ninguna ilusión,

aún más grande y desgarrador mi dolor se hacía.

 

Y al ver que en la razón, ya nada encontré,

y casi vencido, en las cenizas de esperanza buscaba algunos restos,

hasta que por fin mis brazos, como amarras sin puerto y a la deriva, largué…,

pues los pasajeros en mí, o ya se habían ido o estaban muertos.

 

Yaciendo en aquella orilla,

mi alma triste, a mi cuerpo contemplaba,

con las rodillas en la cara y en el pecho la barbilla,

que muy quieto y muy lacio abrazaba,

pero ya vacío, lágrimas, no tenía, pues seco se encontraba.

 

Esa mañana oscura, así me encontró,

cuando de pronto azul destello en mi mente vino a imponerse,

y luego,  en ondeantes boreales multicolor mutó,

y a esta alma mía, ya al partir hacia el todo,

con sublime gozo y esperanza insufló.

 

¡Era el recuerdo de la vida que viví con ella!,

que con devoción proyectaba,

todas aquellas escenas de mis días con ella,

y que envueltas en promesa etérea se me entregaban,

anunciando que en cada ola estaría ella.

 

Sin entender por qué, a mi cuerpo sentí caer,

y entregarle a la arena su mejilla,

¡Era cierto, ahora la podía ver,

en cada ola venía ella!

 

Con delicados toques de sus dedos,

las olas a a acariciar mi mejilla llegaban

y a cubrir de caricias mis despojos, cuando me abrazaban,

pero aun a mi sed, no apagaban.

 

Y sus eternas pausas me eran estorbos,

que a mi parecer sus besos hurtaban,

ya que sedientos mis labios ansiaban,

beber sus besos sorbos.

 

Entre mis dedos se entrelazaba,

su cabellera de espuma

y a su rostro de ninfa, que tanto amaba,

y que sobre aquella arena, cada ola trazaba,

cuando serena se rendía.

 

Juguetona, sobre mí se lanzaba,

me envolvía, me seducía,

y tan ágil como llegaba,

su vestido de seda, sobre mi tendía y escurría,

y sus blancos encajes en la arena dejaba,

cuando coqueta huía.

 

Desde sus ojos de cielo, destellos lanzó,

sobre sus tersos hombros de plata,

como garantía de volver, y siempre volvió.

Pero cuando así se aman dos, ¿fianza, hace falta?

 

Siempre regresaba contenta, como la vez primera,

y sobre mí se mecía y se mecía,

hasta dejarme rendido, de tanto que lo hacía,

y yo bañado de ella, como en aquel nuestro primer día.

 

¡Qué dicha sentía! Y pensar que la temí perdida,

que con profunda gratitud me dirgí al cielo,

por traerme tanta dicha, tanto consuelo,

que me devolvió la vida.

 

No hubo más lamentos, ni siquiera un sollozo,

y al no sentir ya, en mi alma penas,

con profunda paz y muy lento, me sumergí en ella,

y estrechándole a mí pecho en consagrado abrazo,

ya no nos soltarnos más…

y me fui con ella.

©

Autor: Francisco Lozano

6 de Septiembre del 2019  7:20 P. M.




¡Hasta la próxima!



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Francisco Lozano

Soy Francisco Lozano, escritor y autor de El libro bajo el brazo. Aquí conocerás cómo de sustituir, de manera natural, esos sentimientos negativos que contienen las tus experiencias dolorosas, por sentimientos positivos. Por lo tanto, recuperarás el equilibrio que está armonizado entre el pensar, sentir y actuar bien.

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